Cuando Aníbal Troilo lo Trató de «Turro Alcanforado» al Presidente Onganía más Otras Anécdotas


(UNA RECOPILACIÓN DESOPILANTE Y LA EVOCACIÓN DE UN ALMUERZO QUE PICHUCO COMPARTIÓ CON ATAHUALPA YUPANQUI EN EL QUE AMBOS DERRAMARON IRONÍA Y SABIDURÍA A GRANEL)

A Aníbal Troilo no le gustaban los militares. A veces, cuando se encontraba con Cátulo Castillo, su amigo del alma, lo cargaba sobre su pasión por Juan Perón, que él también compartía, pero sin llegar a los extremos. Le decía: «Aflojá, Catulin, que Perón es un milico». Y recibía esta respuesta: «Es cierto, pero Yrigoyen era policía». El poeta aludía al yrigoyenismo que todos sus colegas de juventud profesaban: desde Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo hasta Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz.

PICHUCO Y LOS MILITARES

A Pichuco, que era un ángel aterrizado quizás por equivocación en este mundo, hay que entenderlo. Entre 1914, año de su nacimiento, y 1975, en el que dejó este mundo, 29 de ellos -o sea casi la mitad- los vivió bajo gobiernos de presidentes engalonados a quienes nadie había elegido, excepto el del general Agustín Justo. Pero éste había surgido de elecciones fraudulentas.
Este antimilitarismo no le sirvió nunca para dar una respuesta a una pregunta que siguió enarbolando hasta su muerte y que, en una noche de confidencias, me sinceró: «Yo no entiendo nada de política, pero Perón no debe haber sido tan malo, si después de tanto tiempo mucha gente, en especial los pobres, lo siguen idolatrando»
Pichuco fue, con su angelical ingenuidad, protagonista de muchas anécdotas, algunas de ellas de las llamadas «fuertes». Vamos a contarlas aquí.

EL BRULOTE A LA «FOCA»

Eran tiempos de la llamada «Revolución Argentina» iniciada en 1966, con presidente el teniente general Juan Carlos Onganía, rebautizado «La Foca» por su impresionante bigotazo. Cada 15 días solía invitar a músicos de tango y de folklore para que tocasen y cantasen en reuniones que los sábados por la noche tenían lugar en Olivos. El bandoneonista Ernesto Baffa, acompañante de Troilo e integrante de su orquesta, recordó a Horacio Salgán, Ubaldo De Lío y Enrique Mario Francini, entre otros. Pero hubo una velada a la que Onganía faltó y dejó a sus invitados colgados. Quiso remediar y repitió la invitación para dos semanas más tarde. Pero allí tuvo otro inconveniente: demoró hasta pasada la medianoche pero mandó a su edecán para que se disculpase por el imprevisto. «Vendrá una vez libre de ese compromiso», informó. En tanto, para entretener a las visitas empezó a funcionar un delicado buffet, con whisky importado, champán, vinos añejos, bocadillos y demás. Como se sabe, Pichuco era un fuerte catador y, hacia medianoche, ya estaba más del otro lado que de éste, para desesperación de Baffa, que no podía pararlo. Cada vez que lo intentaba, Troilo lo interrumpía: «No te preocupés, hacé ropa vos también, hacé ropa». Frase que era una invitación a que él también bebiese.

(El presidente Onganía y sus bigotazos)

Por fin, poco antes de las 2 de la mañana, apareció Onganía. Todo engalonado, con el uniforme de teniente general que le daba un aspecto marcial, seguido por su séquito. Se puso a saludar a sus invitados, uno por uno. Y cuando llegó a Pichuco, quien ya estaba entre éste y el otro mundo, le pidió: «Hoy quiero que toqués vos». El Gordo le contestó: «Yo no, que toque él». E indicó a Baffa. Pero Onganía insistió: «A él ya lo escuché, a vos no». Y Troilo, molesto por la insistencia pero también por la larga espera, estalló: «Pero qué querés, turro alcanforado, si yo a esta hora estoy para tocar apenas el timbre de mi casa». Baffa contó que, cuando lo escuchó, pensó para sus adentros: «Sonamos, de acá esta noche no salimos».

«EL ENTRERRIANO» EN HONOR A PERÓN

Troilo nunca se metió en política, aunque -como se ha señalado más arriba- no ocultaba su simpatía hacia el peronismo, en especial hacia Perón, que era un tanguero de ley. Por eso, cada vez que, sobre todo antes de 1945 cuando era soltero, aparecía por uno de los locales nocturnos donde él tocaba, en especial «Marabú», lo recibía haciendo que su orquesta interpretase «El Entrerriano», el tango que a Perón más le gustaba. Eran los trasnoches en que Troilo se bajaba del escenario y, ya con Perón, dejaba la dirección de la orquesta al emergente Astor Piazzolla y se iba con el entonces coronel y algún otro amigo a un café de la Avenida Corrientes, estirando la velada hasta bien entrada la madrugada.

A LA GUÍA DEL «JUSTICIALISTA» Y A CONTRAMANO

Era un verdadero peligro manejando. Sobre todo de madrugada, cuando volvía a casa tras tocar y, a veces, con algunas copas de más. Perón le había regalado uno de los automóviles nacionales que en el país se fabricaban entre 1952 y 1955 a través del IAME. Era un modelo bautizado «El Justicialista», tomado de los Sedán norteamericanos de dos puertas. Contó Baffa, que alguna vez viajó con él: «Pichuco era divino en todo, incluso manejando, yo lo viví personalmente, agarraba calle Viamonte a contramano, una cosa de locos, yo no me lo explico, pero nunca se le vino de frente ningún otro auto, quiere decir que estaba bendecido por Dios».

PICHUCO LE JUGABA A TODO

«Ya de pibe, yo le jugaba a todo, hasta a las bolitas, llegué a perder siete coches en el casino de Mar del Plata, iba en auto y me volvía a Buenos Aires en tren». Esta confesión lo pinta de cuerpo entero. Y hay una anécdota que lo confirma y que revela su nobleza. Porque era uno que prometía y después cumplía. Parece que un domingo volvía a su casa manejando su auto por la Avenida del Libertador, tras haber perdido un montón de plata en el hipódromo de Palermo. A su flanco iba Paquito, abreviatura de Francisco de Paula, que desde hacía 30 años ejercía a su lado la profesión de «llevador» de su bandoneón. En aquella semana Troilo había participado de un programa televisivo de preguntas y respuestas sobre fútbol, titulado «La Cabalgata de los 100.000 pesos» que conducía el periodista Borocotó. Allí había ganado todo, incluso el premio final por esa suma, y había anunciado que donaría ese dinero para las salas del Hospital Muñiz que estaban a cargo de los doctores Sanpietro y Ruggero. En pleno viaje de retorno del hipódromo, tras haber perdido vagones de plata no sólo en Palermo sino, en la noche anterior, en furibundas tenidas de pase inglés, le dijo a Paquito, que ocupaba el asiento de al lado: «Disfrútelo bien, Paco, es la última vez que andamos en este coche». Su acompañante le preguntó, sorprendido: «¿Por qué, lo vas a cambiar?» Y Troilo: «Mañana lo vendemos, hay que donar la guita de la TV al hospital, no se lo olvide». Dicho y hecho. El lunes puso un aviso en un diario y el martes tenía solucionado el problema. Con la donación del dinero prometido.

TRABAJABA PARA LOS HIJOS DE TITO REYES

En sus últimos años a Pichuco se le hacía cada vez más difícil tocar hasta horas altas de la madrugada. Ya no lo hacía con la orquesta, aunque no la disolvió nunca pese al trabajo que escaseaba, sino con el cuarteto de Roberto Grela, pero mantenía como cantor a Tito Reyes. Viendo que se cansaba mucho, su esposa Zita le dijo un día: «Picha, ¿para qué seguís trabajando todas las noches, si no necesitamos? Te cansás al divino botón, acordáte lo que te aconsejó Discepolín cuando te dijo: «¿Vos ahora sabés lo que tenés que hacer? Nada, absolutamente NADA». El Gordo le contestó: «Mirá, Tito tiene un montón de hijos, algunos de ellos son chiquitos, ¿me querés explicar qué les van a dar de comer si él no trabaja? Por eso yo tengo que seguir».

«LOS PRESOS SOMOS NOSOTROS»

Ésta anécdota la contó Roberto Rufino, uno de los últimos y celebrados cantores de la orquesta. Resulta que una noche se reunieron varios amigos para cenar con Aníbal: «Cuando terminamos de comer nos fuimos a un bar de ahí nomás a tomar café, pero cuando el dueño vio al Gordo empezó a descorchar botellas y nos contagiamos una alegría bárbara, uno de los que cantaba más fuerte era yo», Se ve que a quienes habitaban en departamentos de arriba y de enfrente no les gustó la farra, porque no los dejaban dormir. Entonces alguien llamó a la policía, que llegó un rato más tarde. Con la acusación de «ruidos molestos» todos los concurrentes fueron arreados, primero a la Comisaría 13 y después al Departamento de Policía de calle Moreno. Ahí, mientras esperaban, Pichuco -con ese candor celestial que tenía- le preguntó a Paquito, que había sido «arrestado» con él: «Decíme, Paco, ¿a quien vinimos a sacar?». Paco le contestó: «A nadie, Gordo, a nadie, esta noche los presos somos nosotros».

PICHUCO Y ATAHUALPA: UN ENCUENTRO HISTÓRICO

A Pichuco yo lo conocí en Buenos Aires, a través de su apoderado Arturo De la Torre, el autor de «El Conventillo», aquel exitazo que precedió a otro que podría considerarse su «Segunda Parte» y que también fue un suceso, cantado siempre por Edmundo Rivero: «Milonga del Consorcio». Es ésa que cuenta las desventuras y el desencanto de aquel personaje que había venido al mundo en un conventillo de la calle Olavarría, en el corazón de la Boca, pero que después se mudó a un consorcio del centro «pa’figurar en la guía», con las desagradables consecuencias que la letra narra. Tuve varios encuentros con Troilo, tanto en Caño 14 como en un subsuelo de Diagonal Norte donde Rivero cantaba, antes de inaugurar «El Viejo Almacén». A ellos se agregaron otros dos en sendas ediciones del Festival del Tango de La Falda, más una invitación a cenar en su departamento, que alguna vez contaré en detalle, porque fue muy cómica. Pero el que mejor llevo en mi memoria, y que me emociona solo recordándolo, es un almuerzo con él y con Atahualpa Yupanqui en un restaurante céntrico de Bahía Blanca, mi ciudad natal, en cuyo diario yo tenía una columna semanal titulada «En Tiempo de Tango».

(El autor con Pichuco)

Troilo había llegado a Bahía para animar con el cuarteto de Grela, y con Tito Reyes como cantor, dos bailes de fin de semana en la sede del club Olimpo y otros tantos programas radiales. Esas presentaciones coincidieron con las de Atahualpa Yupanqui, que del Gordo era un viejo y entrañable amigo. Tuve la suerte de poder organizar en un restaurante céntrico un almuerzo al que los dos dieron su entusiasta consentimiento, ya que hacía años que no se veían. Y ambos, con una sabiduría increíble, incursionaron en los más distintos temas, en medio del embelesamiento de los otros pocos comensales invitados. Pude volcar aquel diálogo, durado horas, en un artículo que escribí para el diario citado. Se trató de una entrevista que sigo hoy considerando una de las notas más simpáticas y seductoras que tuve la suerte de escribir en mi larga carrera periodística. Ojo, la defino así no por lo que aporté personalmente a la misma (no abrí boca) sino por el encantamiento que en mí, sentado a la izquierda de Pichuco, provocaba cada frase, cada anécdota, cada recuerdo que ambos reflotaban.
Los interesados en leerla, en la que es una gimnasia válida para meterse debajo de la piel y acercarse al corazón de ambos personajes, les indico el título: «ATAHUALPA YUPANQUI-ANÍBAL TROILO: UN ENCUENTRO PARA LA HISTORIA». Figura en este Blog en la dirección que sus seguidores conocen, o sea https://futbolfierrosytango wordpress.com del 25 de noviembre de 2015.
Buena lectura porque vale la pena.

BRUNO PASSARELLI

UNA MÁS: Troilo sabía que Perón era la debilidad absoluta de Cátulo Castillo, su amigo del alma, con quien llenaba el vacío dejado por las muertes de Homero Manzi y de Discepolín. El primero, que era siete años mayor que él, en su juventud había fundado FORJA, que le hizo una oposición violenta a los enemigos del derrocado Hipólito Yrigoyen. Discepolín había llegado también al peronismo pero por otro camino: había sido anarquista, lo mismo que Cátulo, a quien Pichuco, para cargarlo y hacerlo calentar, le mandaba de tanto en tanto un cosquilleante recuerdo: «Andá, no jodás, si Perón es un militar». Hasta el día que Cátulo encontró la vuelta y le retrucó: «Sí, pero no jodás mucho, si en el barrio tuyo todos eran de familias radicales, y resulta que Yrigoyen era un policía». Vale



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