La Postrera y Desesperada Zancadilla que Lanusse Intentó Hacerle al General PERÓN y que Terminó Tapando de Barro al Dictador Golpista Argentino Pocos Días Antes de las Elecciones de Marzo de 1973 que Dieron al FREJULI un Triunfo Arrasador (Segunda Entrega)

(SE CUENTA AQUÍ LA PARTICIPACIÓN QUE LE CUPO AL SUSCRIPTO EN EL EPISODIO DEL VIAJE A RUMANIA QUE DESBARATÓ LOS PLANES QUE LANUSSE HABÍA ELABORADO, CON EL APOYO DE FRANCO, PARA DESACREDITAR A PERÓN DURANTE SU VISITA A ESPAÑA EN FEBRERO DE 1973)


Comienzo la segunda y última entrega de anécdotas del GENERAL PERÓN con una que, hace medio siglo, me tuvo como inicial protagonista y que he callado hasta ahora porque sus actores eran infinitamente más importantes que yo. Ahora rompo ese silencio. Será el lector quien evalúe si he hecho bien.
Estoy convencido que mi intervención inicial tuvo que ver para que PERÓN no cayese en la trampa que le había tendido un binomio de peso, como lo eran el presidente y dictador de Argentina, general ALEJANDRO LANUSSE, líder ya sin careta en su odio contra PERÓN, y el «generalísimo» FRANCISCO FRANCO, en el poder de España desde 1939, tras ganar la guerra civil que ensangrentó a la Madre Patria.
Yo me estaba preparando, a fines de 1972, para otro viaje a Italia, dónde tenía que presentar mi tesis doctoral sobre «la Patagonia y el Mezzogiorno», las dos regiones unidas por un común flagelo: el subdesarrollo. En Buenos Aires encontraba con frecuencia a mi amigo ALVARO SANCHEZ JUNOY, un excelente periodista a quien había conocido en Mendoza, en ocasión del famoso comicio de 1966 en el que Isabelita, enviada por PERÓN, le ganó solita, al galope, al dúo «neoperonista» que formaban Augusto Vandor y el candidato SERÚ GARCÍA.
Sánchez Junoy era jefe de la Sección Política de «CLARIN», puesto que perdería por no querer someterse a ROGELIO FRIGERIO, quien a inicios de la década del 70 manejaba «a piacere» la orientación del diario. Ese puesto lo había llevado a tener buenos contactos en el Comando en Jefe del Ejército y uno de ellos, un coronel, le contó una primicia secreta: LANUSSE estaba planeando una visita a España, pocos días antes de la elección presidencial del 24 de febrero. Pero le exigía a FRANCO un requisito previo: que PERÓN, durante su visita, NO ESTUVIESE EN ESPAÑA.
LANUSSE requería que toda la atención fuese para él, pues su intención secreta era, de regreso a la Argentina, vetar definitivamente la participación electoral del peronismo en los comicios presidenciales. Y Franco estaba dispuesto a secundarlo, pues no le tenía simpatía alguna a Perón por su actividad política, inaceptable para él en un exiliado. Era una época caracterizada por el slogan que los golpistas habían elaborado: «A Perón no le da el cuero para volver». Claro está, no agregaban que, si lo intentaba, como había hecho en 1964, estaban listos, ahora sí, para meterlo preso o asesinarlo. Así, Lanusse lo agredía al General DIARIAMENTE.
Ese explícito condicionamiento impuesto a Franco era un notición para los argentinos. Y apenas me despedí de Sánchez Junoy, quien ya se había tomado en la confitería «La Paz» su segunda botellita de agua mineral «sin gases», busqué el primer teléfono público y lo llamé a Roma a GIANCARLO ELIA VALORI, el entonces «Caballero de Capa y Espada» del papa PABLO VI, honorificencia ya cancelada en la graduatoria del Vaticano. VALORI fue mi amigo en Roma hasta que supo de mi antipatía hacia Frigerio. Y la frecuentación entre ambos se interrumpió. Para siempre.
De regreso en Roma, en la primera semana de enero 1973, no hice sino ratificarle a VALORI la confidencia que Sánchez Junoy me había hecho y que Giancarlo había ya trasladado a Puerta de Hierro. Claro, el enigma no era de fácil solución. ¿Qué hacer? PERÓN necesitaba que algún mandatario europeo de peso lo invitase. No le bastaba, ni por asomo, dejar España como un anónimo turista. Pero la lista de eventuales anfitriones era corta. CHARLES DE GAULLE, en el poder en Francia, no le tenía a PERÓN ninguna simpatía por la recepción que el peronismo le había brindado en su visita a la Argentina. En Italia gobernaba el democristiano GIULIO ANDREOTTI, buen interlocutor, pero ante la inminencia de elecciones tenía el problema del crecimiento del Partido Comunista. Y ni hablar de Portugal. Allí gobernaba el dictador ultrafascista OLIVEIRA SALAZAR. Con esa gente Perón no quería ningún contacto.
No sé cuándo a VALORI se le prendió la lamparita: «¿Y si el GENERAL fuese invitado para una visita oficial a Rumania? Allí mandaba NICOLAE CEAUSESCU , que era un dictador, no había ninguna duda, pero tenía una pésima relación con la Unión Soviética, pues no acataba las directivas que le llegaban desde Moscú. Además 1) no había adherido al Pacto de Varsovia, la organización militar que había aplastado las rebeliones de Hungría y Checoslovaquia 2) hablaba de «socialismo» y no de comunismo 3) más de una vez había elogiado la «Tercera Posición» del peronismo. Rumania, con Ceausescu, tenía relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, excepto la ultraracista Sudáfrica.
Para mejor, VALORI era íntimo amigo de PETRU CIOBANU, un diplomático que operaba en la Embajada de Rumania en Roma pero que, en realidad, era un espía de su gobierno. Yo lo conocí a fondo, tanto que dos veces, con su esposa, estuvo cenando en mi casa de Vía Asmara. Petru me ayudó mucho cuando, tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, me echaron de la Embajada argentina en Roma, adónde había sido designado, por indicación de Perón, durante el interinato de Raúl Lastiri. Mi raje fue a patadas en el culo. Estos miserables hasta ataron con un piolín y tiraron a un tacho de basura un traje azul nuevito que yo me ponía solo para las ceremonias oficiales. Lo mejor fue que, a través de Ciobanu, el presidente rumano Ceausescu lo invitó a Perón a ser su huésped en Bucarest durante cinco días, con lo que el General pudo salir de España con la frente alta: había sido huésped de uno de los estadistas de mayor peso en la Europa de los años 70.
Y Lanusse, enfurruñado y disgustado, se tuvo que volver a Bunos Aires, tras adelantar dos días su retorno, con la cola entre las piernas.

BRUNO PASSARELLI

Deja un comentario